Alguien nos puede preguntar: ¿Cómo llevamos el COVID –19 en Cáritas del Perú y en las 47 Cáritas diocesanas? – Pues la verdad, como podemos. Ante todo queremos ser muy respetuosos con las normas que va dictando el Gobierno. Nos ha costado bastante convencernos de ello. Los primeros días mucha gente pensaba que se trataba de unas vacaciones. No había clases, no había que salir a trabajar –aunque hubiera que hacerlo desde la casa– había que retrasar las reuniones programadas, no había grandes compromisos. Los fines de semana los adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes pensaron que podían seguir practicando el deporte y lo que suele venir después del deporte, claro, que se podía salir en la noche…
Poco a poco nos hemos ido dando cuenta de que el asunto es serio, muy serio, serísimo. Y ustedes saben que no exagero. Nos hemos dado cuenta de que el número de infectados y de muertos va subiendo de día en día. Y cuando uno pone nombre y apellidos a un ser querido víctima del COVID–19, la cosa cambia. ¡Vaya que si cambia!
Considero muy importante no interpretar este hecho doloroso como castigo de Dios. «Diosito no castiga». Nos ha hecho libres. Son las primeras palabras inspiradas de nuestro Himno Patrio: «Somos libres, seámoslo siempre». Y cuando empleamos mal la libertad, cuando organizamos la vida y el mundo al margen de Dios, cuando desbaratamos la Casa Común, haciendo caso omiso de las advertencias del Papa Francisco en Laudato Si´ y Querida Amazonía, cuando no escuchamos el clamor de los pobres, porque hemos organizado la economía mundial sin tenerlos en cuenta… suceden cosas como esta. Todavía no conocemos las causas de la pandemia. Posiblemente no las conozcamos nunca pero, por favor, no le echemos la culpa a Dios.
No le echemos la culpa, más bien estemos dispuestos a invocarle. Nos lo recuerda la Biblia: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias». Invocar al Señor, orar, sí que son posturas dignas y necesarias, porque hay mucho dolor en nuestro mundo, porque seres queridos ya no están con nosotros, porque han muerto sin nuestra presencia, sin nuestra caricia. Hace unos días me comentaba un sobrino: «Lo que más pena nos ha dado, tío, es que el padre muriera sin estar ninguno a su lado». Mucho dolor que nos ha de llevar a invocar al Señor.
Pero, ¿no iba a hablarnos de Cáritas? –Pues sí, pero todo lo anterior me ha salido del alma. Desde la oficina central en Lima y en todas las 47 Cáritas diocesanas se viene haciendo un gran esfuerzo para socorrer a las familias más vulnerables. Recibimos un apoyo más bien pequeño de Cáritas nacional y hemos tratado de llegar a aquellas personas a las que no ha llegado el Gobierno con sus aportes de los 380 soles iniciales, duplicados después y prometidos ahora, que no solo van a llegar a los más pobres, sino también a todos aquellos que no cobran por planilla. Digno de elogio este gesto.
Y como este gesto hay muchos a menor escala, el de un grupo de personas del campo en Chota que traen 28 quintales de papa y los ponen a disposición de Cáritas, el del vecino en Cajamarca que llama a Cáritas para que apoyen a una familia pobre que él conoce, el del viejecito que ofrece su ventilador mecánico a un joven… Es cierto también y lamentable que haya gestos deplorables que lo son más en estos momentos de pandemia. Ustedes los conocen. No los imiten nunca.
Como Presidente del Cáritas del Perú quiero terminar con una palabra de aliento, de ánimo, de esperanza. Hemos de intensificar nuestra solidaridad y también nuestra plegaria, conscientes de que no rezamos a un Dios sordo, porque sabe escuchar el clamor de su pueblo.
Mons. Fortunato Pablo Urcey, OAR.