En este día del Señor, primer domingo de setiembre, la Iglesia en el Perú celebra la XXX Jornada por la Vida, el don precioso de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural.
En un mundo que enfrenta numerosos desafíos, es urgente seguir reafirmando el valor y la dignidad de cada vida humana desde su concepción hasta su fin natural. Las enseñanzas de la Iglesia, arraigadas en la Revelación y en la tradición magisterial, nos llaman a defender y promover la vida en todas sus etapas.
En la encíclica Evangelium Vitae, San Juan Pablo II, nos recuerda que “la vida humana es sagrada y pertenece a Dios”. Y es que cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, posee una dignidad intrínseca que no puede ser menospreciada. La vida es un don precioso que debemos proteger y valorar, y cada acto que atente contra la vida humana, desde el aborto hasta la eutanasia, va en contra de la voluntad divina y, por tanto, del respeto fundamental que debemos a la integridad y dignidad de cada persona.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, también nos invita a construir una cultura de encuentro y solidaridad, en la que se respete y proteja la vida de todos, especialmente de los más vulnerables. Él nos llama a luchar contra las estructuras que promueven la exclusión y la marginalización, y a trabajar por un mundo donde cada vida sea apreciada y valorada. En estos tiempos de individualismo, los más excluidos son los niños por nacer, a quienes el mundo les está arrebatando el derecho primario a la vida, y los ancianos, a quienes se acusa de “robar el futuro a los jóvenes” (mensaje del Santo Padre Francisco, IV Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores, 28 de julio de 2024).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la vida humana debe ser respetada y protegida desde el momento de la concepción. “Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ser reconocido como poseedor de los derechos de un individuo humano” (CIC, 2270). Esta enseñanza nos recuerda que el respeto por la vida humana es un principio fundamental que debe guiar todas nuestras acciones y decisiones.
Como cristianos, estamos llamados a ser defensores de la vida, a luchar por políticas que protejan a los más indefensos y a ofrecer nuestro amor y apoyo a quienes se encuentran en situaciones difíciles. La vida es un don sagrado y nuestra misión es custodiarla con amor y responsabilidad.
Oremos y actuemos con un corazón abierto y dispuesto a servir, que la “Familia, promesa de amor y fidelidad”, construya una sociedad que custodie la vida y la dignidad de cada ser humano. Que el Espíritu Santo nos guíe en esta misión y que Santa María, madre de la humanidad, nos inspire con su maternal amor.